De la bata de laboratorio al delantal: el camino de Kelly por conseguir empleo
Esta historia hace parte del especial ‘Las problemáticas en Cartagena que tienen rostro de mujer‘.
Fotografía: Jannys Castro
Por: Jannys Castro, estudiante de comunicación social de la UTB.
Durante los últimos tres años, Kelly ha pasado incontables horas frente a su computador, enviando currículums a empresas para encontrar empleo. A pesar de su búsqueda no ha recibido ninguna respuesta. Desesperada, recuerda los días de universidad, donde soñaba con una exitosa carrera como ingeniera química.
Dentro del panorama de Cartagena, las cifras de desempleo revelan una realidad desafiante, marcada por una brecha de género que afecta a mujeres como Kelly Rodríguez. Según Cartagena Cómo Vamos, a pesar de que el 53% de las matrículas en instituciones de educación superior de la ciudad son mujeres, el desempleo en ellas es 2,1 veces mayor al de los hombres.
Además de estudiar una carrera STEM (es decir, del área de las ciencias, tecnologías, ingenierías y matemáticas), siguió ampliando su campo de estudio, alcanzando los títulos de tecnóloga en control de calidad de alimentos, especialista en gerencia en calidad y producción, así como tecnóloga en distribución física internacional.
Su experiencia laboral incluye roles como coordinadora de calidad, jefe técnico de calidad y procesos, jefe de investigación y desarrollo, analista de calidad y jefe de laboratorio, trabajando en dos empresas nacionales y sumando diez años de experiencia. Sin embargo, la pandemia del Covid-19 alteró su trayectoria profesional, con la reducción de puestos de trabajo y escasas oportunidades laborales.
Según un informe del Departamento Nacional de Planeación (DNP), Cartagena se encontró entre las ciudades con más pérdida de empleo luego del Covid-19, y aún no ha recuperado sus niveles prepandemia, pues está en mora la recuperación de 141 mil puestos de trabajo.
Los más afectados fueron los sectores de construcción e industria, siendo este último el área en donde Kelly ha desarrollado su carrera profesional.
Tras quedar sin trabajo en 2020, Kelly decidió emprender su propio negocio de yogures naturales, llamado ‘Yogubony’. Este emprendimiento ha sido esencial para ella, ya que le ha dado la oportunidad de sostener a su hija en medio del desempleo, no obstante, no llena sus expectativas profesionales ni económicas.
Aun con la creación de su emprendimiento, no ha dejado de postularse a ofertas laborales tanto en la ciudad como fuera del país, pero no ha recibido respuestas. Si bien ha logrado consolidar ‘Yogubony’, Kelly sigue buscando un empleo que le permita equilibrar su economía para cubrir todos los gastos de la casa y terminar de pagar la universidad de su hija, ya que hay meses en donde los ingresos no son suficientes.
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Kelly recuerda con amargura una experiencia del 2023 en la que aplicó para un puesto de jefe de procesos en una empresa regional en el sector industrial. A pesar de cumplir con el perfil, la experiencia y las competencias requeridas, fue rechazada. Al investigar más, descubrió que el puesto se otorgó a un hombre por consideraciones de género, dejando claro que, para algunos, ciertos roles son inadecuados para las mujeres. Ella expresa que “prefirieron contratar a un hombre por el carácter y voz de mando”.
En repetidas ocasiones se ha encontrado en esta situación. Tiene un compañero que con menos experiencia que ella ha conseguido más puestos, incluso, uno al que aplicaron ambos, pero terminaron llamándolo a él, por lo que Kelly reflexiona que “definitivamente en Colombia, ser mujer e ingeniera, es complicado” alegando que, en esta cultura, y dentro del ámbito de la ingeniería, el hombre es el privilegiado.
“Durante los años, he aprendido que el mayor filtro, en esta carrera, es ser hombre. Mi pelea siempre ha sido con el sexo masculino. Siempre pierdo por ser mujer. No es que no tenga experiencia, es que soy mujer”, expresa con decepción Kelly. “Es frustrante porque ¿cómo voy a demostrar mis habilidades si no me dan la oportunidad de hacerlo? Las mujeres podemos ocupar cualquier puesto, somos capaces”, concluye.
Ella ha tenido experiencia manejando grupos de trabajadores hombres, en lo que se destacó y recibió reconocimiento de su jefe. Sin embargo, en el 2015 tuvo que renunciar de este trabajo porque “había hora de entrada, pero no de salida”. Expresa que: “Yo estaba estudiando mi especialización en gerencia en producción y calidad, entonces era el trabajo o mi carrera. Otra cosa es que tampoco podía dejar de compartir con mi familia, mi hija. Ella me necesitaba. Hoy en día, no me arrepiento de mi decisión”.
En muchos entornos laborales, existe la falta de reconocimiento hacia las mujeres que también desempeñan responsabilidades en su hogar. En este sentido, se espera que las mujeres equilibren sus responsabilidades en el trabajo con la vida doméstica y el cuidado familiar. Esta falta de reconocimiento se convierte en carga adicional para las mujeres, dificultando su capacidad para avanzar profesionalmente, así como le sucede a Kelly.
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Luego de enviar los currículums, Kelly se dirige a la cocina, para preparar los yogures naturales de su negocio. Mientras mezcla los ingredientes, no para de imaginarse en el trabajo de sus sueños: un gran laboratorio en el área de investigación, en el que pueda hacer productos innovadores. Ella abraza la idea de, algún día, volver a colocarse su bata de laboratorio y dejar el delantal.
La experiencia de Kelly refleja la urgencia de abordar el problema del desempleo y promover la equidad de género en el ámbito laboral. Su historia no solo muestra luchas individuales, también destaca la necesidad apremiante de políticas y acciones que fomenten oportunidades justas para las mujeres de Cartagena.
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Fotografía: Luisa Fernanda Paternina Buelvas
Por: Laura Isaza Carreño, estudiante de comunicación social de la UTB.
Yoli, como le dicen los vecinos en el barrio Bruselas, es una madre y esposa dedicada a las labores de su hogar. Desde muy temprano, a las 5 a.m., inicia su jornada para alistar a su hija antes del colegio. A eso de las 6 a.m., empieza a organizar su casa y a las 7 de a.m. acompaña a su esposo en el recorrido que realiza como conductor de una ruta escolar, en la que transporta a niños pequeños.
Al retornar, sigue con las labores de limpieza y comienza a preparar el almuerzo. Sobre el mediodía, sale nuevamente con su esposo a recoger a los pequeños. Al llegar a su hogar termina de cocinar y espera a su hija para atenderla de su regreso de clases.
Su extenuante rutina apenas empieza, pues ha transformado su hogar en un lugar lleno de creatividad y oportunidades económicas para el sustento de su familia. En cualquier momento llega un cliente para que le arregle las uñas, alguien que necesita una copia o un niño a comprar un dulce. En el momento de la realización de esta entrevista, la interrumpieron un par de veces para pedirle “una recarga para celular” y “una gaseosa”.
A sus 42 años, Yolima Patricia Pérez Marchena, como es su nombre completo, dedica tiempo, alma y corazón a lo que llama su “pequeño gran negocio”, donde vende perfumes, ropa, bolsos, accesorios, productos de aseo para el hogar y piñatería. Quien llega a su casa, se sorprende al ver una sala atestada de surtido, dividida por secciones en vitrinas, tal como un supermercado.
Yoli debe combinar las labores en casa con su emprendimiento, donde no solo vende productos, sino que ofrece sus servicios de manicurista que aprendió al ver videos en YouTube. Ella, literalmente, trabaja día a día “con las uñas”.
“Me levanto a las 5 a.m., y trabajo hasta las 10 p.m. A esa hora siento que ya no doy más, por eso cierro por completo y listo, a empezar nuevamente al día siguiente”, agrega.
Ella forma parte del 54% de los trabajadores informales en Cartagena, quienes, a pesar de esforzarse por ganarse la vida con ventas y actividades diarias, no cotizan ni salud, ni pensión debido a las condiciones de su empleo. Este es un desafío aún mayor para las mujeres, ya que en Colombia solo el 12% logra acceder a una pensión, en comparación con el 22% de los hombres, según un estudio realizado por la Universidad de los Andes.
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Yoli nació en Barranquilla. Una vez terminó el bachillerato decidió estudiar Análisis y Programación de Computadores, pero por falta de recursos económicos no pudo finalizarlos. Por casualidades de la vida llegó a Cartagena hace 12 años, con muchas ilusiones y ganas de salir adelante que, con el tiempo, se fueron desvaneciendo por no contar con apoyo suficiente.
Su primer trabajo en Cartagena fue como promotora turística, pero nunca se sintió cómoda para venderles los paquetes a los visitantes, así que decidió internarse en una casa de familia, donde se hizo cargo del aseo. Estando en este trabajo, un día, mientras lavaba el baño, cayó sentada sobre el duro suelo mojado.
A partir de ese incidente, comenzaron a surgir molestias en su espalda que le dificultaban caminar. Después de consultar a un médico, recibió el diagnóstico de hernia discal y fue sometida a dos intervenciones quirúrgicas. Durante la segunda operación, se vio obligada a guardar reposo. «El médico me advirtió que si se daba una tercera cirugía no iba a quedar bien. Me enfrenté a la posibilidad de depender de una silla de ruedas, un bastón o muletas. Por tanto, me tuve que cuidar», explica.
Asegura que “ya no es lo mismo que antes” y que no tiene “el mismo ritmo”. Pero, aunque se levante con dolencias, saca, no sabe de dónde, las fuerzas para dedicarse, prácticamente sola, a las labores de su hogar porque su esposo, como conductor, se ve obligado a estar fuera de casa la mayor parte del tiempo. “Son más de 12 años en los que mi espalda ha sufrido, no solo por los oficios en la casa, sino también por el trabajo de manicurista, pero me tomo una pastilla y pa’ lante”, manifiesta con firmeza.
Como dice una vecina, “Yoli no se queda quieta”. Su emprendimiento desde casa ha ido creciendo con cada nueva solicitud que le hacen los clientes: “¿Tú no vendes bisutería?, ¿no vendes aretes?, pero ¿tú no vendes tintes?”, le preguntaban. “No, no tengo, pero buena idea, la próxima sí habrá”, respondía.
Al igual que Yoli, en Cartagena y Colombia, muchas mujeres esperan la mejora de su calidad de vida. Es por esto que para ella cada momento de su día es una oportunidad para cumplir su gran sueño de crear empresa y ampliar su negocio. “Pienso mucho en mi hija, en dejarle una estabilidad, dejarle una base, ese sería mi mayor orgullo”, comenta.
Fotografías: Luisa Fernanda Paternina Buelvas
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Aunque Yoli trata siempre de tener una actitud optimista, muchas veces no le es suficiente. “A veces me deprimo. Cuando sientes que lo que haces no te alcanza o cuando llega el momento de pagar alguna cuenta y todavía no está la plata, pero tienes que buscarla de otra manera. Eso me desespera, me estresa y me deprime”, apunta.
Las mujeres viven estas situaciones a diario. Dunia León Fajardo, coordinadora en Bolívar del Movimiento Ruta Pacífica de las Mujeres, asegura que esto “tiene que cambiar”. Insiste en la creación de políticas públicas que garanticen a las mujeres una vida digna. “Se les debe reconocer lo que hacen y retribuirles con pensiones especiales a aquellas que no cotizan por tener ingresos de sobrevivencia”, afirma León Fajardo.
Aunque un informe de la ONU Mujeres Colombia y el DANE muestra que las horas de trabajo doméstico y de cuidados no remunerados de las mujeres equivalen a casi el 20% del Producto Interno Bruto (PIB), Dunia asegura que “mientras no se reconozca que eso vale y que aporta al PIB del país, no se hará nada. Hay que visibilizar el valor que tiene ese trabajo.” Por esto, es necesario cuidar al cuidador. Sacar tiempo para múltiples actividades significa para las mujeres una carga que las afecta física y emocionalmente.
El mismo informe indica que, en Colombia, las mujeres dedican casi 8 horas al día en actividades de trabajo no remunerado y los hombres solo 3 horas. Ante esto, es imperante que los demás miembros de las familias se involucren en las tareas del hogar. “Esa percepción de que las mujeres que se ocupan del cuidado del hogar son desocupadas o mantenidas no es real. El trabajo que ellas hacen es muy valioso”, manifiesta Dunia. Los hombres tienen responsabilidades en igual medida a las mujeres cuando de las labores del hogar se trata. No es una ayuda la que ellos proporcionan, es una corresponsabilidad que, de ser cumplida, aliviaría la carga de muchas mujeres y mejoraría su calidad de vida.
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Fotografía: María Alejandra Romero Solano
Por: María Alejandra Romero Solano, asistente de comunicaciones de CCV.
Cada mañana, a las 6 a.m., Carmen* se levanta para preparar el desayuno de María, su hija de catorce años, mientras esta se prepara para ir al colegio.
Luego de despedir a su hija, Carmen dedica unos instantes a los quehaceres del hogar antes de arreglarse para comenzar su jornada laboral. Antes de las 8 de la mañana, sale de su casa ubicada en uno de los sectores del barrio Olaya Herrera que colindan con la Ciénaga de la Virgen, donde también vive su sobrina Natalia, y la hija de ella, Leidy.
Olaya Herrera se sitúa en la comuna 6, en la zona suroriental de Cartagena, Colombia. A 12 km del reconocido Centro Histórico de la ciudad.
Lejos de la opulencia, los monumentos turísticos y las casas coloniales, este sector de la localidad 2 es conocido por sus calles destapadas, caños taponados, difícil acceso al transporte público y un cúmulo de problemáticas sociales, tales como la pobreza y las altas tasas de homicidio, embarazo adolescente y mortalidad materno-infantil; pero también, por su gente perseverante que lucha contra todas estas adversidades para salir adelante. Estas condiciones ponen de relieve las marcadas disparidades sociales y económicas que experimentan los habitantes de los barrios cercanos a la Ciénaga de la Virgen, quienes han sido segregados y marginalizados del resto de la ciudad.
Desde allí, Carmen comienza su ruta vendiendo chance: recorre Zarabanda, La Magdalena, Estela, San José Obrero y Playa Blanca, todos sectores aledaños. Conoce este trayecto como la palma de su mano, ya que lo ha realizado de lunes a domingo durante más de treinta años.
Una gorra, una camiseta manga larga y a veces una sombrilla, son las únicas defensas de esta mujer de 47 años ante el sol inclemente de Cartagena. Cuando la sensación térmica llega a los más de 30 grados centígrados y el calor se torna sofocante, para en puntos estratégicos para refrescarse sin dejar de vender. Sin embargo, no puede estar mucho tiempo en un solo lugar, porque el chance que vende es ilegal, y no quiere correr el riesgo de ser atrapada por la Policía porque, además de perder su única forma de sustento, puede enfrentarse a hasta ocho años de cárcel, de acuerdo con el Código Penal, ya que pagar la multa de más de 100 salarios mínimos mensuales legales vigentes (SMMLV) no es una opción para ella.
Ese día, alrededor de las 10 a.m., Carmen saca un poco del desayuno que se preparó en la mañana, para aguantar hasta las 5 de la tarde, hora en la que podía volver a comer. Por lo general, suele regresar al mediodía a su casa para tener listo el almuerzo de su hija, una vez esta sale del colegio. Ahí aprovechaba para comer y descansar un rato antes de salir nuevamente a las 5 p.m. y terminar la venta del día a eso de las 10 de la noche. Pero en esa ocasión no podía regresar temprano, ya que se encontraba algo apretada con el trabajo: no había logrado vender mucho, así que se quedaría más tiempo en la calle para ganar un poco más. En los días buenos, logra tener ganancias de hasta $25.000, que al mes son unos $750.000. En los malos, como estaba pintando ese, de cosa alcanzaba a llegar a los $10.000 diarios, es decir, $300.000 al mes.
Lleva días sin cenar, por eso, ese día prefiere desayunar tarde para poder comer en la noche. Ella y su sobrina, Natalia, las dos adultas de la casa, solo pueden tener dos comidas diarias por falta de alimentos y recursos. Los ingresos de Carmen son el pilar económico del hogar. Natalia no tiene un empleo estable y solo ocasionalmente ofrece servicios de manicura y pedicura en casa. Además, ya no cuenta con el subsidio de Familias en Acción que recibía su hija María desde los 2 años, ya que en diciembre de 2023 dejaron de otorgarlo debido a una actualización que la colocó en una categoría más alta en el Sisbén. Como resultado, llevaba tres meses sin recibir esta ayuda.
Había días en los que Carmen y Natalia desayunaban y almorzaban, y otros en los que desayunaban y cenaban, pero nunca las tres opciones. En el hogar, las únicas con las tres comidas garantizadas son Leidy, quien recibe desayuno y almuerzo en la guardería del barrio; y María, su hija. Cuando Carmen prepara el almuerzo, siempre deja un poco para que María y Leidy puedan cenar. En los días en que solo podía hacer la cena, como ese, enviaba a María al comedor comunitario que está cerca de la casa y que ofrece almuerzos a los niños por una contribución de $2.000.
Asimismo, las condiciones económicas de Carmen la suman a los 455 mil habitantes de Cartagena que viven en pobreza moderada, pues no siempre alcanza los ingresos mensuales mínimos de $427.667 para satisfacer sus necesidades básicas, ni las de su hogar. Según la EPC de 2023, en Cartagena son más las mujeres que se perciben como pobres, en comparación con los hombres, lo que evidencia que son ellas las que enfrentan mayores barreras para acceder a ingresos dignos.
Día a día, Carmen desafía los riesgos de su trabajo y las barreras sociales y económicas para brindarle un futuro mejor a su hija, buscando ofrecerle las oportunidades que ella misma no pudo tener en la vida.
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Motivada por escapar de un hogar abusivo, en el que sufrió maltrato físico y psicológico, Carmen comenzó a trabajar en el chance a los 17 años para lograr su independencia. Aunque se graduó de la media académica con un título de auxiliar de secretariado, quiso seguir estudiando para tener una mejor calidad de vida. Apenas terminó el bachillerato, con ayuda de becas y del esfuerzo de su trabajo, logró sacar adelante los estudios de técnico auxiliar de bartender y secretariado ejecutivo. Sin embargo, más allá de las prácticas, nunca consiguió engancharse en el mercado laboral de manera formal y prefirió seguir trabajando en el chance.
Durante casi treinta años, Carmen estuvo vinculada con las dos empresas que, en sus respectivos momentos, se encargaron de las operaciones del chance en Bolívar. Tras la desaparición de estas compañías, una nueva entidad emergió para operar el chance y las apuestas en el departamento. Carmen se presentó a esta con las ganas estar en un puesto de venta fijo, para dejar de caminar por toda Olaya Herrera bajo el inclemente sol. Lastimosamente no consiguió entrar, así que, al verse sin opciones, aceptó vender uno de los chances no autorizados del departamento.
En dos ocasiones envío hojas de vida y se presentó para trabajar de secretaria o haciendo aseo en alguna empresa. Durante las entrevistas, le hicieron propuestas indecentes de salir con el jefe del cargo. “Yo enseguida respondía que no me interesaba, y no me escogieron. La verdad es que no me interesa trabajar en lugares en los que para entrar tengo que aceptar ese tipo de propuestas”, asegura.
Para ella, el ser mujer representa un desafío adicional en la búsqueda de empleo, especialmente para aquellas en condición de vulnerabilidad, pues son muchas las personas que buscan aprovecharse de esta situación. Justamente, en Cartagena, el desempleo en mujeres es 2,1 veces mayor al de los hombres, según cifras del Departamento Administrativo Nacional de Estadísticas (DANE).
Aunque sabe el riesgo que corre al vender chance ilegal, afirma que es eso o no tener para sostener su hogar. “Ya tengo 47 años, en todos los trabajos que veo piden gente 20 años menor, recién graduados o con más de dos años de experiencia. Yo solo tengo seis meses”, menciona.
Carmen es madre soltera y cabeza de hogar desde que María, su hija, tenía cinco años. El padre de María ha eludido las responsabilidades económicas con su hija desde que él y Carmen decidieron separarse definitivamente. Este abandono no simplemente dejó a Carmen sola en la crianza de su hija, sino que también tuvo un impacto negativo en la salud mental de María desde temprana edad.
Un segundo dolor se suma a este difícil escenario: desde los siete hasta sus catorce años (edad actual de María), fue víctima de abuso sexual por parte de alguien cuya mención Carmen prefirió que se omitiera en esta historia. Para Carmen, quien se enteró de todo recientemente, el descubrimiento tardío de esta situación con su hija ha sido una carga emocional abrumadora.
Para sobrellevar todo lo que ha pasado en su corta vida, María necesita de atención psicológica y psiquiátrica constante, que le es garantizada por la EPS. Pero, además, los medicamentos recetados por psiquiatría le exigen tener una dieta estricta, por lo que Carmen prefiere sentirse fatigada por el hambre todos los días para que así su hija tenga garantizado los alimentos necesarios.
“He hecho cosas que no debo hacer cuando me he siento muy apurada económicamente. Pero si mi hija lo necesita, busco la forma. Ella es una niña inteligente, siempre le ha ido muy bien en el colegio, ahora está estudiando inglés gracias a una beca, está en clase de música. La tengo en diferentes actividades. Yo lo que quiero es que ella salga adelante, y hago todo lo posible para cumplirlo”, afirma.
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“Sueño con la oportunidad de tener otro trabajo: uno donde me sienta feliz, estable, en una oficina, con papeles, lejos del sol”, manifiesta Carmen. No pierde la esperanza, y espera lograrlo más pronto que nunca, ya que no quiere seguir arriesgándose todos los días con la venta del chance. En esa búsqueda de ayuda, recientemente empezó a consagrarse en una iglesia, y no quiere seguir haciendo cosas que atenten a su espiritualidad.
Pese a todas estas dificultades, afirma que la vida le ha mejorado. “Ahora estamos un poco más tranquilas. Las dos estamos recibiendo atención psicológica y de vez en cuando recibimos ayudas económicas. Sé que Dios no nos va a abandonar.”
Pide a las autoridades más atención y oportunidades a las madres solteras y cabeza de hogar que luchan día a día para sacar a sus familias adelante. Su historia destaca la necesidad urgente de políticas que aborden las brechas de género y proporcionen oportunidades reales para quienes enfrentan el doble reto de ser mujeres y madres en condiciones de vulnerabilidad en una ciudad donde la pobreza y la inseguridad alimentaria tienen rostro de mujer.
*Todos los nombres de esta crónica fueron modificados para proteger la identidad de la fuente.
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Vivir en la capital de Bolívar no es fácil. Así lo aseguró el 87% de los habitantes de la ciudad en la Encuesta de Percepción Ciudadana (EPC) 2023, de Cartagena Cómo Vamos, quienes afirmaron que, en general, las cosas en La Heroica iban por mal camino. Lo cierto es que en la ciudad los indicadores que miden la calidad de vida en temas vitales como salud, educación, empleo, seguridad y pobreza, en vez de mejorar, se han quedado estancados o van en retroceso.
Para las mujeres, que constituyen el 52% de la población, la situación es aún más complicada. Además de enfrentarse a los desafíos comunes de la vida en la ciudad, deben afrontar obstáculos adicionales simplemente por ser mujeres.
Muchas de las problemáticas en Cartagena tienen rostro de mujer: la pobreza, la inseguridad alimentaria, el abuso sexual, el desempleo, entre otros. Así lo evidencian los datos que al desagregarlos hacen palpables las brechas de género.
No es casualidad, entonces, que las mujeres hayan expresado un sentimiento generalizado de pesimismo en la EPC 2023. Su descontento está estrechamente vinculado con lo poco que la ciudad le está retribuyendo en la mejora de su calidad de vida.
Así como las brechas en la ciudad no son las mismas para mujeres y hombres, entre mujeres las condiciones se agudizan si además se tienen en cuenta factores como la raza, el nivel socioeconómico, la edad, entre otros aspectos. La experiencia de una mujer racializada en situación de pobreza y con poca educación es muy diferente a la de otra que ha logrado obtener una educación superior, a pesar de enfrentar desafíos similares de desempleo. Sin embargo, ambas comparten la lucha común en una sociedad desafiante.
En este mes de la mujer, Cartagena Cómo Vamos, con el apoyo del Programa de Comunicación Social de la Universidad Tecnológica de Bolívar se propuso explorar la calidad de vida de las mujeres en la ciudad desde diversas perspectivas, dándole rostro a los datos. Para esta labor, nos acompañan las historias de Carmen, Yoli y Kelly. Cada una, desde su experiencia de vida, nos ayudará a comprender los desafíos que enfrentan las mujeres y las demandas que sus situaciones individuales plantean para mejorar la calidad de vida de todas en la ciudad.
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Leer másLa siembra de Gina Pérez en isla de Barú
Fotografía: María Alejandra Romero Solano
A solo una hora en carro del casco urbano de Cartagena se encuentra la isla de Barú. Una de las zonas insulares de la ciudad más reconocida nacional e internacionalmente por sus aguas cristalinas que acarician las playas de arena blanca, pero también, por su cultura negra y resiliente que entrelaza la naturaleza con la historia de un pueblo en resistencia.
Barú es la isla continental más grande del país. Sus vastas extensiones abrazan 7.650 hectáreas y se extienden a lo largo de 35 kilómetros, albergando a unos 12.500 habitantes. De ellos, el 86% se identifica como negro, de acuerdo con la Encuesta de Percepción Ciudadana de Cartagena Cómo Vamos. La población de esta Isla se distribuye en los corregimientos de Ararca, Barú y Santa Ana, cuyas costumbres y tradiciones vienen de la herencia de los grupos de africanos esclavizados que llegaron a estas tierras en busca de libertad.
Ahí, en Santa Ana, vive y lucha la protagonista de esta historia, Gina Pérez, quien llegó hace más de dos décadas al corregimiento y desde entonces ha canalizado su energía incansable en la ardua tarea de mejorar la calidad de vida de sus habitantes. Una tarea imperante en esta zona rural insular, en la que históricamente las administraciones de la ciudad han fallado en garantizar las necesidades básicas a sus residentes y en promover un desarrollo integral en la Isla.
La germinación de una lideresa
Gina, quién dice que le cuesta describirse pero que a la hora de la verdad sabe enunciarse como una “negra con tumbao”, “un tuttifrutti” o una “sembradora de semillas”, es una de las principales figuras de liderazgo en la isla y siempre ha visto en ella una oportunidad de transformación.
“¿Que quién es Gina?” se pregunta sarcásticamente Gina Pérez, sentada en un bohío de una de las instituciones de Santa Ana, corregimiento de la isla de Barú. En medio del ruido de los niños que corren por todas partes, la risa de Gina sobresale en el lugar. Sin embargo, su risa no es necesaria para que ella resalte en el espacio: su elegancia negra, su turbante, su pinta colorida y su sola presencia atrae a todos los que la conocen y a los que la ven por primera vez.
Analiza un poco la pregunta, una que no le gusta responder, pero que al parecer tiene muy clara.
Asimismo, tiene claro su propósito en la isla. “Me gusta sembrar semillas, cuando salía la hoja me iba”, agrega, haciendo una metáfora a su pasión por el trabajo comunitario. “He creado muchas organizaciones, y cuando veía que ellos podían solos, me iba, demostrándoles que sí pueden, que no deben tener una líder ahí para sostenerlos.”
Para ella, su liderazgo es innato, heredado de una familia de lideres sociales. Pero fue en su época escolar cuando descubrió que había una voz en ella y que podía alzarla ante las injusticias, entre estas, el racismo y la discriminación que vivió durante esa etapa de su vida.
“Yo era una niña que pasaba con pena. A mí me da pena todo. Entré a La Octaviana, una de las mejores Instituciones en ese tiempo Cartagena, que era femenino, y yo era la única negra en el colegia. Además, todas las niñas venían de Manga, Bocagrande, y yo vivía en un barrio popular, el Paraguay.”, relata. “Fue muy duro, sufrí hasta de bullying y todo.Ahí me pegaban chicles en la falda y me dañaban el uniforme. Ese año tuve que comprar hasta cuatro uniformes.” Ahora, ya toda una adulta, recuerda esos momentos sin mayor pesar, pero la forma en que los relata evidencia que estos fueron trascendentales para ella.
Con la misma actitud, sigue contando una de las anécdotas que marcó su vida. “Después de mí, llegó una muchacha que era de Manga, pero era gruesa y a ella se la ‘montaron’. Me dejaron a mí tranquila y la maltrataban. Cuando yo veía que la maltrataban, era como si me maltrataran a mí, y eso me hizo crecer. Tenía también otra compañera, Marta* que también le hacían bullying. Ella tenía su cabello bien largo y un día se lo cortaron en la silla. También le decían que no servía y muchas cosas más. Éramos las tres, y un día Marta se perdió en el baño y cuando nos dimos cuenta ella estaba intentando ahorcarse con una soga en el cuello. Llamamos al vigilante, cortó la soga y la llevaron al hospital. Cuando llegamos, la mamá no me quiso atender porque era negra. Cuando me dijo eso yo le dije: ‘esta negra salvó la vida su hija, porque si esta negra no va, ella se ahorca.’ De ahí, yo fui una de las primeras lideres estudiantiles hasta que me gradué, luego de que no me querían.”
Con el tiempo, su vocación de líder se fue afianzando y, a su llegada a Santa Ana, vio la oportunidad de transformar una situación que, para ella, que venía de ser parte de procesos de empoderamiento con mujeres, era inconcebible.
“Cuando llegué a Santa Ana”, relata Gina, “vi a un poco de mujeres ahí sentadas jugando carta y juegos de azar, y yo me preguntaba si es que no tenían más nada que hacer. Yo veía la necesidad de que las mujeres tenían que ser emprendedoras.”
Esta anécdota es una de las recurrentes que cuenta Gina al ser entrevistada para medios de comunicación. Pero, aunque pasó hace dos décadas, más que un simple relato para mostrar lo que la inspiró en su liderazgo, esta evidencia varias problemáticas que siguen latentes en la isla de Barú, como lo es la pobreza y la falta de oportunidades de empleo.
Este primer indicador da luces de una situación aún más crítica, tal como lo es la seguridad alimentaria. En la misma encuesta, el 52% de la Isla afirmó que ellos o algún miembro de su familia en las últimas cuatro semanas tuvo que comer menos de 3 comidas diarias porque no había suficientes alimentos. En Santa Ana, este porcentaje llegó a ser el 59% de la población.
Asimismo, para los habitantes de la isla, la falta de oportunidades en la zona es una de las razones por las cuales la situación económica de su hogar ha empeorado en el último año.
La situación se torna especialmente crítica para las mujeres en la isla, ya que son ellas las que experimentan niveles más elevados de autopercepción de pobreza e inseguridad alimentaria. Además, enfrentan el desafío adicional de percibir que es más complicado conseguir empleo o emprender en comparación con otros sectores de la población.
“La mujer aquí en la comunidad de Santa Ana tiene mucho poder.” proclama Gina con convicción y rabia, pues conoce de primera mano cómo estas mujeres han sido subestimadas. «Nada más con ser negra, tienen poder. Nada más con vestir un turbante o trenzas, tiene poder, pero a veces no se la creen. La mujer aquí es trabajadora, es emprendedora, la mujer aquí solamente falta que saque lo que tienen dentro, que no solamente son las tripas, sino su conocimiento, porque saben hacer muchas cosas. Hay mujeres que saben lo que es la modistería, pero no creen que pueden ser diseñadoras de moda o que pueden crear cosas nuevas; la mujer aquí es artesana, pero no cree que pueda hacer diseños nuevos; es masajista, pero no cree que pueda tener un spa en su casa en su casa y que la gente pueda ir.”, expone cansada la situación.
De la semilla nacieron árboles
Desde hace más de 20 años, Gina viene luchando para impactar las cifras de vulnerabilidad en Santa Ana. Por eso, en su llegada al corregimiento, creó el primer grupo de mujeres que ayudaría a muchas madres cabeza de hogar a sacar adelante a sus familias.
Estas primeras semillas fueron creciendo, y de ellas nació un gran árbol, la Corporación Son Afro Santanero, un espacio de formación y transformación a través del arte y la cultura. Para Gina, su hogar.
“La Corporación Son Afro Santanero hacía de todo, estaba metida en todos los charquitos. Nosotros tenemos casi diez años o más de estar legalmente constituidos. Pero de existir tenemos casi 15 años. Esta surge de los tiempos de dedicación con los niños, de la dedicación con las mujeres, de visibilizar toda esa parte de cultura que tenemos en la comunidad. La Corporación Son Afro Santanero tiene así, fijo, 135 personas entre niños, adolescentes, madres cabeza de familia y adultos mayores.”, menciona con orgullo.
No satisfecha con todos sus esfuerzos, Gina tomó una decisión trascendental en 2010 al llevar su liderazgo a los niveles de toma de decisiones locales. Fue entonces cuando su determinación y fortaleza la condujeron a ser parte de la Junta de Acción Comunal (JAC) de Santa Ana y posteriormente del Consejo Comunitario, dos de las instituciones con más legitimidad para los baruleros y las que al menos el 42% de ellos considera que más incidencia tienen para mejorar la calidad de vida de los habitantes de la Isla. Sin embargo, el camino no fue fácil y tuvo que desafiar las barreras del machismo arraigado en la comunidad.
“Yo fui la primera mujer en la Junta de Acción Comunal. Los hombres me decían: ‘Qué me vas a mandar tu a mí?’. Y yo les contestaba: ‘y hasta más’.”, afirma con altivez. “Es un reto llegar a ser la primera mujer en la Junta de Acción Comunal en un pueblo donde todavía existe el machismo. Sin embargo, gané. Para mí, un líder para meterse a esta vaina tiene que hacer un trabajo comunitario, debe tener reconocimiento y la gente debe seguirlo. Fui cuatro años y vi muchas mejoras en el corregimiento”, menciona con satisfacción.
No obstante, el desempeño constante en labores de liderazgo dejó secuelas en la salud mental y física de Gina, llegando al punto en el que se vio obligada a tomar una decisión en beneficio propio y no solo de su comunidad.
“Tuve un preinfarto. El doctor me dijo la palabra mágicas: ‘si quiere vivir, tienes que quedarte quieta’, así que mandaron un mes a Palenque a mí sola para que me relajara. Pero yo no podía quedarme quieta”, dice Gina entre risas. “Allá trabajé en temas culturales y creé dos grupos más. Cuando llegué aquí a Santa Ana, hicimos una reunión todos los líderes de la comunidad y dije: ‘desde hoy solamente me llaman para temas culturales, no quiero que me llamen para nada más. Todo lo que es cultura: Gina Pérez.’ Y así descansé.”
Desde ese momento, Gina ha dirigido sus esfuerzos hacia la promoción y preservación de las tradiciones culturales de Santa Ana y la Isla de Barú. Su objetivo es divulgar la herencia cultural local a un público más amplio, como lo son los turistas, de esta forma, lograr que vean en la Isla de Barú más allá que playa, sol y arena, y que conozcan la nutrida oferta cultural que tienen por ofrecer la comunidad.
Sin limitarse a la danza, artesanías y folclore, Gina también se involucra activamente en proyectos destinados a transformar la cultura ciudadana en Barú, para así mejorar la convivencia entre los habitantes de la isla, porque, aunque en términos generales, se percibe mejor comportamiento en la isla que en Cartagena, en lo que tiene que ver con las normas básicas de convivencia, los baruleros piensan que siempre hay aspectos por mejorar.
Falta tierra por sembrar
Gina hace parte del 46% de los habitantes de Barú que piensa que las cosas en la Isla van por buen camino, pero que de todas formas hay mucho camino por recorrer.
Esto, para ella, es la esencia de los gestores culturales: visibilizar el territorio, motivar a que la gente vea más allá de lo conocido.
“Todo esto lo estamos haciendo gracias a las capacitaciones que recibimos de las organizaciones”, continua. “Brindan formaciones para ser mejores líderes o a personas que quieren un cambio en la comunidad. Si seguimos así, adquiriendo herramientas, Santa Ana va a cambiar.”
Hablando de la labor de fundaciones y organizaciones sociales y privadas que tienen presencia en el territorio, para esta sembradora, han resultado fundamentales en el cultivo de conocimientos, habilidades y recursos esenciales que le permiten desempeñar un papel aún más destacado en beneficio de su comunidad. Justamente, estas son, según el 17% de los habitantes, uno de los actores clave en la realización de acciones en pro de la calidad de vida de la isla.
En medio del abandono y falta de apoyo por parte de las administraciones distritales, estas han sido clave para ayudar al desarrollo de la isla, brindándole a personas como ella las herramientas necesarias para hacer florecer las semillas de los proyectos que ella misma ha plantado y cultivado.
“Para mí, las organizaciones han sido parte de mi crecimiento. Han sido parte de nuestra familia, han sido parte del desarrollo comunitario. A ti las fundaciones te pueden dar toda la plata que tú quieras, pero si no eres un buen líder para manejar todos esos recursos que te dan, sea dinero o intelecto, estás mal. Ahora tenemos herramientas para defender a nuestro territorio”, afirma.
Aún con el esfuerzo de las fundaciones y de los habitantes de la isla, todavía queda un largo trecho por recorrer hacia el progreso sostenible de la Isla de Barú. La administración Distrital, las organizaciones sociales y privadas arraigadas en el territorio, y la propia comunidad, deben converger en un esfuerzo conjunto para afrontar los desafíos pendientes.
Entre esos retos resaltan proyectos cruciales para la isla y que se han convertido en prioridades de los habitantes, según la Encuesta de Percepción Ciudadana, como lo es la formalización del empleo y la mejora de la calidad educativa. La creación de una institución de educación superior se erige como una necesidad inminente, y la instalación de soluciones de alcantarillado para la Isla y de agua potable para el corregimiento de Barú, que resultan esenciales para garantizar condiciones de vida digna. La administración debe priorizar estos proyectos y llevarlos a cabo de la mano de la comunidad, con un enfoque étnico que atienda las necesidades de los habitantes locales.
Aunque el camino es largo y desafiante, existen las voluntades dispuestas a hacer sinergia para tejer el futuro próspero que merece la isla de Barú y sus habitantes.
Los datos mencionados hacen parte de la Encuesta de Percepción Ciudadana y del Informe de Calidad de Vida de la isla de Barú.
Esta es una adaptación de nuestro especial desde las comunidades del #PodcastCómoVamos, dirigido y producido por Cartagena Cómo Vamos, en cooperación con la Fundación Santo Domingo y la difusión de La Cariñosa Cartagena.
Cartagena mejoró su desempeño fiscal, pero aun depende de transferencias nacionales
Fotografía: Humberto Ochoa Avila
El 2023 fue un año en el que hubo rezagos en el acceso oportuno a la información, tal como pasó con los resultados de pobreza monetaria de 2022, que no fueron publicados sino hasta mediados de septiembre, lo mismo sucedió con la medición del Índice de Desempeño Fiscal (IDF) 2022, que se dio a conocer a finales del 2023. En un análisis de Cartagena Cómo Vamos (CCV), se evidenció que en este último la ciudad mejoró en la administración y manejo de los fondos públicos.
El IDF es una medición de las finanzas públicas de los municipios y departamentos, que mide la gestión fiscal para identificar buenas prácticas y fortalecer la asistencia técnica.
Ubicarse en esta categoría indica que la ciudad cumple los límites de deuda y gasto, pero sigue teniendo alta dependencia de las transferencias del Gobierno Nacional, así como posee bajos niveles de inversión en Formación Bruta de Capital Fijo, es decir, baja adquisición de bienes públicos que generan retornos, como maquinaria, equipos, edificios, etc.
Al comparar los resultados de Cartagena con los otros municipios de categoría especial, se tiene que, a pesar de la mejora, la ciudad tiene el nivel más bajo. Por encima está Cali, con 65,96 puntos (categoría vulnerable), luego Medellín con 71,18; Bucaramanga, con 73,37; Barranquilla ocupa el segundo lugar con 75,70 y en primer lugar está Bogotá, con 79,42 puntos, todas en categoría sostenible.
En la dimensión de resultados fiscales, el indicador que tuvo mejor calificación fue el de ahorro corriente, con 100 puntos, que se relaciona con la liberación de excedentes para financiar inversión. Mientras que el más crítico fue el de la Relevancia de la Formación Bruta de Capital Fijo, que fue de 30,9.
Para el caso de la dimensión de gestión financiera territorial, la calificación más alta la tuvo el indicador de holgura, con 100 puntos, la cual se refiere al cumplimiento del límite de gasto de funcionamiento con ingresos de libre destinación. Esta también fue la de mayor mejora, pues en 2021 había resultado en 0.
Por otra parte, se evidencia la necesidad de mejorar en la capacidad de ejecución de ingresos, que fue la más baja con 60 puntos, desmejorando con respecto al año anterior que había obtenido 100.